La permacultura, es un movimiento de personas humanas que busca habitar la tierra planetaria de manera amable. Un movimiento que trasciende las fronteras de las naciones y es transversal a distintas generaciones y grupos sociales. Quienes participamos en este movimiento lo hacemos desde diferentes espacios, siempre desde una mirada propositiva, es decir generando acciones, vínculos, propuestas que aporten caminos para la transición cultural y social necesaria para regenerar la habitabilidad en nuestro hogar planeta.
El movimiento es impulsado por los australianos Bill Mollison y Davis Holmgren en los años 70’s, como respuesta al tratamiento intensivo de los cultivos del ya conocido y nefasto agronegocio y de la debacle energética ante el uso indiscriminado de energías fósiles de la sociedad de consumo industrializado.
La palabra Permacultura sintetiza la conjunción de los términos cultura y permanente que se refería en un principio a la agricultura permanente y que pronto toma la noción de cultura abarcativa, que incorpora de manera más contundente las nociones de compromiso ético y social que conforman al movimiento.
La Permacultura brinda elementos prácticos y de análisis que invitan a generar con/en el ambiente una relación sana, saludable para todo el sistema, a través de herramientas de diseño. Es fundamentalmente una disciplina sistémica que abarca tanto la calidad del alimento que se produce como las formas sociales que hacen que ese alimento llegue a nuestras mesas. Por eso la permacultura promueve relaciones humanas de calidad y no avala la explotación ni de la tierra ni de las personas. Posee un corpus de principios que le dan cuerpo que se dividen en principios de diseño y principios éticos:
Los principios éticos en los que hacen pie todos los demás son:
Cuidar la tierra
Cuidar a las personas
Distribuir equitativamente
Hago hincapié en ellos, los pongo en una columna a la izquierda, con intención simbólica. Mi mirada de la permacultura la vincula con un pensamiento de izquierdas, sin vacilar, un pensamiento revolucionario, que requiere la puesta en acción de sus fundamentos para realizarse.
La cultura de la permanencia requiere de cambios muy profundos, esta es una paradoja interesante, observar, atender con cuidado para acompañar la mutación que da lugar a una flor o que no la deja ser.
Observar e interactuar + Capturar y almacenar energía + Obtener un rendimiento + Autorregulación y retroalimentación + Usar y valorar los recursos renovables + No producir desperdicios …
El amplio espectro de habilidades que se pueden abordar desde la permacultura también hace a este espacio un lugar propicio para la diversidad, un valor a sostener y propiciar como patrón natural que aporta al sostén de la salud del sistema.
Durante el primer año de la pandemia del coronavirus la Permacultura supo tomar más vuelo desde sus referentes y cultivadores y llegar a más oídos y manos. Sin embargo, ya hace décadas que el movimiento existe y viene alertando sobre la variabilidad del clima, la saturación en la regulación de los procesos vitales del sistema terrestre, el colapso. Lo que es más interesante en el movimiento permacultural es justamente la capacidad proactiva de abordar la situación, proponiendo un abordaje práctico y resolutivo.
En la Argentina existe una Escuela de Permacultura y Ruralidad “El Árbol” que promueve la construcción de espacios de diálogo y confrontación de proyectos e ideas llamados Laboratorios Colaborativos. Estos espacios crecieron y nos acompañaron a muches a atravesar ese primer período de incertidumbre pandémico ante el encierro y los nuevos cuidados. Acompañarnos a la distancia, desde distintos continentes vivificando las diferentes experiencias según los territorios. Un aspecto fundamental de los diseños permaculturales es el de tener en cuenta los saberes ancestrales de las comunidades, desde recetas culinarias hasta recetas de adobe, el abanico de aportes que se sincretizan con los saberes de los nuevos permacultores es inmenso.
La palabra que emerge es cuidado, que denota tanto cariño, como peligro. En este juego como vaivén que supone toda cría, las de los propios bebés, la nuestra, la de nuestros adultos, de los que crecen y de los que envejecen. Ese péndulo entre el dejar ser y tutorar, entre nutrir y alimentar, entre acompañar y soltar, entre hidratar y saciar…la vida es amor y peligro y para accionar necesitamos cuidar. Este amparo sin encierro ni asfixia, es el cuidado practicar. Esta práctica es primordial para la cultura regenerativa y resiliente de la que estamos hablando. Una práctica de cuidado que de manera espiralada forma una flor que actúa desde el ámbito individual, familiar hacia las relaciones colectivas que promuevan una menor pérdida de energía tanto en los aspectos del recurso como en esfuerzo humano y en diversidad.
Aquí agrego a modo de introducción un resumen en español
de ‘Permacultura Principios y Senderos más allá de la Sustentabilidad’ de David Holmgren.